El año pasado la empresa neozelandesa con 250 empleados que se dedica a la administración de fideicomisos y testamentos, experimentó por primera vez con la semana laboral de cuatro días. Lo hizo durante los meses de marzo y abril, con jornadas de ocho horas, cuatro días de trabajo y el sueldo de cinco. Perpetual Guardian no era la primera compañía en ponerlo a prueba, pero sí una de las más grandes que se ha atrevido a ensayarlo y, sobre todo, la que mejor ha expuesto los resultados, analizados por investigadores independientes.
Según Jarrod Haar, profesor de recursos humanos en la Universidad de Tecnología de Auckland, la conciliación de los trabajadores mejoró en 24 puntos porcentuales, aumentó su energía y su creatividad en la oficina y, sobre todo, creció su eficacia. El nivel de estrés en Perpetual Guardian se redujo en siete puntos. Para el dueño de la empresa, la experiencia fue un «éxito absoluto».
Las cifras van en la misma línea que lleva defendiendo la Organización Internacional del Trabajo (OIT) desde hace años. Jon Messenger es investigador de la OIT, experto en tiempo y organización del trabajo, y ha firmado varios estudios a favor de la semana de cuatro días. «Tener una semana laboral más corta supone menos problemas de salud y menores costes de atención médica, que hoy son asombrosos, tanto que en países como Japón o Corea tienen palabras como karoshi o kwarosa sólo para referirse a la muerte por exceso de trabajo», explica Messenger desde su oficina en Suiza. «Además la reducción permanente de la semana laboral puede ayudar a fomentar la contratación adicional y, por tanto, aumentar los niveles de empleo, así como, obviamente, equilibrar la relación entre el trabajo y la vida personal».
Un informe de este mismo año del thinktank británico Autonomy Institute concluye que no existe una línea directa de causalidad entre el número de horas que se trabaja en un país y la fuerza de su economía. De hecho, el estudio sugiere lo contrario: los países con jornadas más reducidas tienen niveles más altos de PIB por habitante.
«En el siglo XIX, los sindicatos hicieron campaña por una jornada de ocho horas. En el siglo XX, ganamos el derecho a un fin de semana de dos días y a las vacaciones pagadas. En el siglo XXI debemos ser ambiciosos nuevamente. En este siglo podemos conseguir una semana laboral de cuatro días, con un salario decente para todos. Es hora de compartir la riqueza de la nueva tecnología y no permitir que los que están arriba se lo apropien todo». El discurso es de Frances O’Grady, secretaria general de la confederación sindical TUC.
En 2017, un estudio británico reveló que un empleado de oficina sólo es realmente productivo durante 2 horas y 53 minutos de cada jornada laboral y un ensayo reciente, también fechado en Inglaterra, explicaba que las constantes distracciones que la tecnología ha llevado a los puestos de trabajo.