España pierde encanto. Falta agua y sobra fuego. Sol y playa cotiza a la baja. Debate energético como telón de fondo. Acusado descenso de la inversión extranjera en tanto se vigoriza la inversión española en el exterior. Se desvanecen hechizos. Cruzamos el umbral de la mediocridad económica. En parte por culpa de una presión fiscal agobiante. Impuestos altos y escasos incentivos reales; una cosa es lo que reza el BOE y otra, muy distinta, lo que Hacienda admite. Burocratización al alza, es decir, demasiada Administración inmiscuyéndose en nuestras vidas: UE, Estado, Comunidades Autónomas, Diputaciones, Ayuntamientos. Frenesí de carga regulatoria, equivalente al 7,2% del P.I.B. generado por el sector privado – en Finlandia es sólo del 2% – evaluándose ese plus en 38.700 millones de dólares.
Cae la productividad, aupándonos al nefasto liderazgo de los países industrializados, con un crecimiento por debajo del 0,5%. Dentro de la UE, España es el país con mayor conflictividad laboral con una media anual de 219,7 días de trabajo perdido por cada mil trabajadores frente a los 44,2 días perdidos en la UE. Nuestra competitividad se resiente. La inversión empresarial toma las de Villadiego. Vamos tirando. De no darse un giro copernicano, nuestra economía se debilitará. Lo grave, hoy, es que no se aprecian visos de que este rumbo cambie a corto plazo. Seguimos sonriendo.
En el plano industrial nuestros competidores directos, es decir, quienes atraen para sí inversiones dentro de la UE, esgrimen un tipo del Impuesto sobre Sociedades (I.S.) mucho más bajo Ö Irlanda, 12,5%; Polonia, 19%; Portugal, 27,5%; Chequia, 28% ÃÉ -, cuando no zonas económicas especiales con exenciones fiscales. Acá soportamos un I.S. encadenado al 35%, careciendo de alicientes de envergadura. Perdemos ripio. Si las cotizaciones a la Seguridad Social en España son las más altas de Europa y los trabajadores españoles son de los que menos aportan, nuestras empresas son las que soportan las mayores cargas.
¿Por qué? Para mantener el precario equilibrio financiero de la Seguridad Social, bajo un modelo con fecha de bancarrota. Si los costes en general de nuestra competencia están por debajo, algo hay que hacer. ¿Qué tal atisbar un poco de economía quinaria?
Nuestra visión muy cortoplacista conduce a una miopía económica dañina. La imposición personal, a través del I.R.P.F., no constituye excepción. Pesada, pocas desgravaciones y encima en tela de juicio tras recortarse, reforma tras reforma, las partidas deducibles. Mucho ruido y pocas nueces en cuanto a reforma fiscal Öcomme il fautÖ, dejando escapar un tiempo precioso. Apetece desnacionalizarse o deslocalizarseÃÉ
Entretanto, las estimaciones indican que nuestra economía sumergida puede suponer de un 20 a 25% del P.I.B. Una reducción en los tipos del I.S. e I.R.P.F. comportaría un crecimiento de la actividad económica, cosechando frutos a medio y largo plazo. Mejoraría nuestra productividad, con menor incidencia de los costes empresariales y a mayor impulso económico menos desempleo. Excedentes arriba e ímpetu inversor. Reactivación y menos fugas de capital. Más empresas y más gente pagando impuestos, traduciéndose en aumento de la recaudación tributaria sin atornillar al contribuyente, gracias al brío pomposo de nuestra economía.
La erótica fiscal, así, se perfila sobre embrujos cautivadores para la iniciativa empresarial, capaces de embelesar a los contribuyentes para que inviertan, concibiendo una Administración Tributaria comprometida con la ciudadanía y la clase empresarial, mostrando un mínimo de empatía, dejando de actuar como Tribunal de la Santa Inquisición. Oteemos a medio y largo plazo, lo que implica dejar de lado mediocres políticas cortoplacistas que, a la postre, huelen a chapuza en estado puro. Clamemos por rebajar tanto gasto público ineficiente: es una buena manera de no apretar las clavijas a los currantes.
Por D. José Mê Gay Saludas. Profesor de Contabilidad de la U.B. y E.A.E.
jmgay@jmgay.net
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