Son los grandes conglomerados inmobiliarios, a menudo, con nombre y apellidos foráneos, enclavados en lugares donde todo es tan maravilloso que hasta al más tonto le entran sospechas sobre a qué se dedica esa gente que farda con sus imponentes automóviles y lujosas mansiones, los que canalizan esos chorros de dinero negro que se buscan y que muy posiblemente se cobijen o escondan lejos de nuestras fronteras.
Son esas grandes operaciones y esas grandes compañías que tan bien conocen nuestras autoridades económicas y hacendísticas las que canalizan un gran número de operaciones desviadas de los circuitos tributariamente correctos, refugiándose las transacciones en remotas o paradisíacas islas o a veces en islotes más cercanos a la Europa continental.
Pocas diferencias hay, pensamos, entre Italia y España. Nuestras idiosincrasias tienen mucho en común, nuestro carácter es el paradigma latino, incluso llegamos al extremo de que hablando lenguas distintas nos entendemos perfectamente. Quizás, la única y decisiva diferencia entre Italia y España sea que, allá, tienen de Primer Ministro a un defraudador declarado, el amigo Berlusconi, que consciente de sus responsabilidades y sabedor de las necesidades de sus conciudadanos – ¿suyas?, también Ö decretó, ante la entrada del euro, una amnistía fiscal, de modo estrictamente confidencial, con sigilo y en silencio, pagándose un peaje tributario testimonial por la repatriación de dineros sacados al exterior más bien simbólico, del 2,5% de los capitales repatriados, y áno se hable más del asunto!
En Suiza, Mónaco y otros parajes de similar pelaje están que trinan con Silvio pues aunque la medida sólo afectaba a contribuyentes personas físicas y entidades sin ánimo de lucro, el regreso masivo de capitales ha supuesto para el país transalpino una buena inyección de dinero fresco, una regularización de situaciones tributarias fuera de la ley, todo ello al socaire de la introducción del euro y, por último, un borrón y cuenta nueva ingresando las arcas del Estado italiano un pellizco con el que, de no haber mediado esa medida, discutible evidentemente pero sensata y con raciocinio en un país mediterráneo y latino, ni remotamente se contaba.
Decía que entre italianos y españoles la diferencia acaso venga dada por primeros ministros, entre Berlusconi, el hombre que en el interior de sus zapatos esconde unos altos tacones que le hacen ganar estatura, mientras que en España, sin tacones ni coñas similares, tenemos al frente de nuestros destinos políticos a José Mê Aznar que, recuérdese o no, es inspector de Hacienda en excedencia. Difícil lo tenemos nosotros como para que se hubiera parido algún conato o intento de amnistía fiscal o regularización tributaria.
Pues eso, áa descansar de nuevo en esa casa blanca junto al mar …!
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