La discrecionalidad de las NIC, dadas las variadas opciones que ofrecen para reflejar y valorar los activos, pasivos, ingresos y gastos, convierten en carne trémula no sólo a los usuarios de la información financiera, sino también a los expertos y analistas. Es incuestionable: sobre el papel las NIC dan alas a la contabilidad creativa. Además, su complejidad reafirma la sensación de que los estados financieros se hechicen, haciendo de su estudio una aventura entre laberíntica y apasionante.
Un vistazo a vuela pluma a resultados empresariales que han trascendido confirman las primeras impresiones. Los beneficios suelen mejorar aplicando las NIC, en comparación con los que serían según los clásicos postulados contables españoles. La no amortización del fondo de comercio, que sólo se deprecia cuando el test de deterioro pone de relieve su pérdida de valor (?), junto con la canalización de gastos de ejercicios anteriores hacia cuentas de reservas, el no reconocimiento de resultados extraordinarios – áhabrá que estar al loro ante tal coladero! – y la moderación en dotar provisiones, embellecen la cuenta de pérdidas y ganancias.
Los fondos propios pueden robustecerse a consecuencia de la aplicación del valor razonable, pero la realidad se empeña en achicarlos. Al margen de otros mazazos, la reclasificación como deuda de participaciones preferentes reduce la capitalización e incrementa el exigible financiero. Se cuecen nuevos mecanismos financieros para impedir que las NIC atormenten los pasivos exigibles. Por ejemplo, emitiendo deuda perpetua que sustituya a participaciones preferentes, a fin de no menoscabar grados de solvencia.
Lancemos un alegato a favor de las NIC. Por lo pronto, ponen freno a esa práctica bastante extendida, en grandes empresas y entidades financieras, consistente en cargar contra reservas los elevados costes derivados de indemnizaciones, prejubilaciones y jubilaciones anticipadas, cuyo rastro ha sido inexistente en las cuentas de pérdidas y ganancias. El filón de las reservas para camuflar gastos y acunar quebrantos se ha agotado. Por el contrario, la no amortización del fondo de comercio, al estilo norteamericano, descargará las cuentas de resultados de un pesado lastre, máxime en épocas de fusiones y adquisiciones empresariales.
Las dotaciones a provisiones por riesgos y gastos muy caracterizadas por una prudencia a la española Ö ora más, ora menos, según sea el beneficio Ö se pulen; adiós a esas pseudoreservas de las que después, según fuera el signo del resultado, se echaba mano. En ocasiones, ahí se agazapaban pingí¼es plusvalías procedentes de singulares ventas patrimoniales que Öa posterioriÖ se reconducían, durante varios ejercicios, a cuentas de pérdidas y ganancias como otros ingresos de explotación. Con las NIC, nada de eso.
Por el frente de los activos desaparece ese refugio de a veces exagerados dispendios que cristalizaba en morrocotudos gastos de establecimiento. Al propio tiempo, los gastos de investigación y desarrollo (I+D), con gran facilidad para su activación soslayando así impactos negativos en el resultado, se restringen enormemente.
Nada de I como activo y únicamente, dándose condiciones exigentes, los de D cuando sea probable que generen beneficios económicos futuros. Las NIC dinamitan montañas de activos intangibles de dudosa catadura. Los activos piratas tienen sus balances contados.
¿Magia contable con las NIC? A buen seguro; de todo hay en la viña del Señor. ¿Magia contable sin las NIC? Tan colosal que la brujería contable vuela estratosféricamente. áY lo que volará!
Por D. José Mê Gay Saludas. Profesor de Contabilidad de la UB y EAE
jmgay@jmgay.net
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